viernes, 11 de julio de 2008

El secuestro y el sindrome de Estocolmo

El 2 de julio fue liberada, luego de seis años de cautiverio, la ex candidata a la presidencia de Colombia, Ingrid Betancourt. Meses antes, a principios de año, había quedado libre Clara Rojas, secuestrada junto con ella. Pero las experiencias de una y otra fueron distintas, como se evidencia a partir de las declaraciones que las enfrentan por estos días.

La relación con los secuestradores es la diferencia más importante. Mientras que Clara Rojas tuvo un hijo, Emmanuel, con un secuestrador (fruto de una relación consentida), Ingrid fue categórica al declarar a horas de su liberación: "El trato fue humillante, por lo que nunca hubo posibilidad de síndrome de Estocolmo".

El síndrome de Estocolmo es un estado psicológico por el cual el secuestrado desarrolla una relación de complicidad o, incluso, de afecto hacia su secuestrador. El nombre surgió de un robo a un banco en esa ciudad sueca, en 1973. El atraco se complicó y los ladrones debieron retener a los rehenes durante 6 días. En el momento en que, finalmente, los secuestradores se entregaron, las cámaras que cubrían la noticia registraron el beso de una víctima a uno de los captores. Posteriormente, los secuestrados se negaron a colaborar en la acusación legal a los asaltantes.

Los especialistas (psicólogos, médicos legistas y criminalistas) se explican esta actitud de apego al victimario por varias causas: la comunidad circunstancial de intereses (tanto la víctima como el delincuente anhelan salir indemnes del hecho); la intención de los rehenes de protegerse siendo complacientes con sus captores; el intento de la víctima de ganar algo de control sobre la situación por medio de la asociación con el delincuente (de modo de no sentirse tan sola, desprotegida e indefensa). También hay explicaciones que se remontan a propia la historia del secuestrado: algo en sus experiencias anteriores lo llevan a buscar el maltrato y disfrutar de la situación en que la voluntad del otro se les impone.

Pero esto excede a las víctimas: hay "espectadores", personas que nada tienen o tuvieron que ver con el abuso o el secuestro, que anhelan estar en el lugar de quienes lo padecieron. Joseph Fritzl, el llamado "monstruo de Austria", que encerró a su hija (con quien tuvo siete hijos) en un sótano por 24 años, recibió en prisión miles de cartas de repudio. Entre ellas, sin embargo, había también 200 cartas de amor de diversas admiradoras que justificaba sus actos con frases como "salvó a su hija de las drogas, del alcohol y de los peligros de la calle".

Es decir que estas mujeres, en vez de ver que Fritzl había privado, con el secuestro y la relación incestuosa, a su hija de una vida normal, eligen ver a un padre contenedor y amoroso. Así pasa también con personas que han matado a sus parejas o que son asesinos seriales. Algunos individuos (generalmente mujeres, tal vez porque en su mayoría los acusados son hombres) se sienten atraídas por esta situación de peligro, y eso les provoca admiración y deseo sexual por el victimario. No es raro que estos criminales terminen sus condenas de novios con alguna de sus fans, fans que se han acercado a ellos durante su detención no a pesar de saber que eran culpables, sino a causa de saberlo: complejidades de la mente humana.

¿Qué reflexiones les inspiran estos casos? ¿Qué emociones les produjo la liberación de Ingrid Betancourt? ¿Cómo puede explicarse la pasión por el victimario, sea cual sea su culpa (hablando, incluso, sin ir tan lejos, de violencia doméstica o abuso emocional)?

1 comentario:

silvana 947155 dijo...

dice toda la verdad es muy bueno que lo lean para que reflexionen la jente que comete estos errores.


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